CUANDO EMPRENDER ES UN “DEPORTE DE RIESGO”

¿Cuántas veces, en nuestras conversaciones, utilizamos el deporte como metáfora o modelo para explicar otras actividades humanas? Con bastante frecuencia, seguramente. Al menos, a mí me ocurre. 

El deporte colectivo es una referencia para ilustrar el trabajo en equipo; sirve también para ejemplificar el valor del esfuerzo; para enseñar cómo asumir el éxito y el fracaso; para mostrar que la frustración es parte de la vida… y así podríamos continuar una larga lista. Emprender un negocio o una empresa, como decisión y como trabajo, comparte también, en mi opinión, bastantes elementos con el deporte, pero sobre todo con los llamados “deportes de riesgo “. 
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Para situarnos, conviene recordar que la Real Academia de la Lengua define Deporte como “actividad que supone entrenamiento y competición y que está sujeta a unas normas” Y, en una segunda acepción, también le adjudica el significado de “pasatiempo o diversión”. Si al término le añadimos el atributo “de riesgo”, entonces nos dice que el deporte en cuestión incluye peligro. 
  
… Y ¿no suenan esas mismas definiciones muy cercanas a lo que podemos entender como Emprendimiento? ¿Acaso Emprender no supone prepararse, competir, atenerse a unas reglas, e, incluso, divertirse? Yo creo que sí y más aún si lo analizamos con cierto detalle. 

Entrenamiento, normas, competición vs. capacidad, plan, mercado 

El Emprendedor, como el deportista, necesita entrenar sus capacidades y habilidades para poner en marcha la idea que le ronda la cabeza. Sin un “calentamiento” previo se corre el riesgo de sufrir lesiones graves, entiéndase, frustración, pérdida económica y otras. Conviene, pues, aplicar lo que los japoneses llaman IKIGAI: un concepto o filosofía de vida que conforma la razón por la que nos levantamos por la mañana. El Ikigai del Emprendedor debe incluir los cuatro elementos básicos que esta filosofía vital nos sugiere, bien definidos y “entrenados”. A saber: lo que te gusta hacer, lo que eres bueno haciendo, lo que la sociedad necesita y lo que el mercado puede pagar. 

A partir de ahí, antes de caer en la falsa ilusión de que, resuelto el dilema anterior, ya tenemos el éxito garantizado, fijémonos en el territorio en el que nuestro negocio deberá moverse, las “normas” y leyes, en su sentido más amplio, a las que nos tendremos que sujetar para competir en una cancha ya delimitada por el mercado. Por si tenemos la tentación, recuerdo que, en el ámbito de la empresa, ser un outsider, ir por libre, puede resultar disruptivo y hasta simpático, pero, tarde o temprano, superada la novedad, pasa a ser irrelevante. Mejor, pues, observar y aprender. Para ello, el benchmarking puede resultar fundamental. 

Y así, entrenados y conocedores de nuestro “terreno de juego” empresarial y comercial, podemos lanzarnos a competir. El resultado lo marcará el cliente. Si jugamos de manera inteligente, con buena preparación, con una estrategia adecuada y, además, jugamos “bonito”, el consumidor irá aumentando de manera favorable nuestro “marcador”. 
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Además, el mercado, como el aficionado que acude permanentemente a la cancha, fiel a su equipo, aprecia las victorias pero, más aún, el esfuerzo de su equipo. La fidelidad a una marca está construida sobre la percepción de su calidad, pero también sobre la constancia de una propuesta siempre atractiva, aunque se renueve en el tiempo. 

Esta constancia se va modulando de diversas maneras, exigiendo también empeños diferentes. Así, la actitud personal del empresario que empieza ante la “competición” en la deberá participar su marca, debe agarrarse al espíritu y la ilusión emprendedores, pero también confiar en que la madurez que da la experiencia le va a permitir, poco a poco, dosificar esfuerzos y hacer más efectiva la inteligencia que los bíceps. 

En los deportes colectivos cada miembro del equipo tiene una posición y una misión. En consecuencia, el jugador que se limita a hacer acto de presencia, alejado del interés del grupo, ajeno a la estrategia del equipo, descoordinado con el resto en sus acciones, resulta un estorbo más que un colaborador. 
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En lo que al Emprendedor se refiere, también este símil sirve para recordar el verdadero objetivo que ha de guiar su recorrido: para emprender, el compromiso no es “estar” sino aportar valor. Esto significa, que el Emprendedor ha de ser el motor del equipo profesional que le acompañe y la referencia de los posibles socios inversores y eso se traduce en trabajo, conocimientos, implicación y ejemplo, es decir, en valor. 

Falta aludir al “riesgo” del Emprendimiento que, como en el deporte, se identifica con los peligros inherentes a toda actividad donde hay mucho en juego, de resultado incierto y que no podemos controlar y sujeto a variables que no siempre se saben gestionar. Sin embargo, el auténtico riesgo de emprender está en no saber con claridad qué actitud hay que tomar ante el reto y, sobre todo, en ignorar el sentido común. Por ejemplo, en confundir idea con proyecto, en olvidarse de que una empresa se inicia con gastos a la espera de ingresos, en empezar por la razón equivocada… Pero a todos estos riesgos dedicaré, con la atención que se merecen, el próximo artículo. Por ahora, bastará recordar que el deporte siempre es saludable.

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